Toda guerra, en su definición tradicional (convencional, no convencional, regular, irregular, de guerrillas, subversiva, revolucionaria, etc.) se analizaba siempre en su “antes” (las causas: lejanas e inmediatas), su “durante” (el hecho bélico en sí) y su “después” (los efectos en el vencedor, en el vencido y en otros fuera de tales calificativos), y se analizaba mediante narrativas descriptivas de lo que ocurría en cada uno de esos momentos, acercándose, a pesar de intentos de objetividad, a uno u otro bando combatiente de acuerdo con las implicaciones ideológicas de cada cual.
En la actualidad, la guerra, definida de otra manera (asimétrica, híbrida o como se quiera), aunque en el fondo siga siendo el mismo horror, tiene, para su análisis, unos medios disponibles, tanto por parte de los enemigos en presencia como por aliados, afines, con un mayor alcance en la sociedad, lo que permite, a través de imágenes inmediatamente comentadas, ver parcialidades de la misma (generalmente no de la guerra en su totalidad).
Así, lo bélico entra (lo que se quiere que entre) en nuestros hogares como si de una película o partes de ella se tratara. Una película que muchas veces, amén de ser aprovechada por la propaganda interesada de cada una de las voluntades hostiles intervinientes, es también, a veces deformada, consciente o inconscientemente, por los medios que la exponen.
Imágenes pues que, recogidas con afán explicativo por la prensa y televisión, vienen a ser la base de fondo de debates, más o menos objetivos, sobre lo que sucede y sobre lo que, presumiblemente, va a ocurrir, empujándonos, de alguna manera, a tomar partido.
Y eso es lo que está ocurriendo con la guerra entre Rusia y Ucrania, una guerra que nos interesa, como europeos, por su proximidad geográfica y por ser quien es el enemigo (definido de antemano).
Una guerra que, amén de preocuparnos por el miedo/respeto a su extensión en suelo europeo, nos provoca, sobre todo si estamos en la lista del enemigo por cualquier causa, antigua o sobrevenida, todo tipo de consideraciones, unas acertadas, equivocadas y contradictorias otras.
Analistas de café en la guerra Rusia-Ucrania
Y hasta aquí todo bien si los analistas, sean de la factura que sean –militares, políticos, diplomáticos, académicos, politólogos, economistas, periodistas (corresponsales de guerra o no, u otros dedicados al tema), etc.– son conocedores en profundidad de lo que hablan, de lo que exponen, poniendo en valor sus palabras con su formación actualizada en el tema.
Pero no, lo que se está observando es un bombardeo constante de información en todo tipo de medios y programas por parte de algunos comentadores, polemistas, etc. que, sin el conocimiento necesario en el tema, nos hablan de la guerra Rusia-Ucrania absorbiendo incluso las mentiras de cada bando, o las propias de sus seguidores; bombardeo de información que llega a cansar y confundir a aquel interesado en el conflicto, aquel que busca el conocimiento objetivo de la realidad en la base de una información y análisis lo más veraz posible. Y eso que estamos solo a unos días de su inicio ¿Qué pasará si la guerra se prolonga en el tiempo?
La gente, la ciudadanía, tienen ganas de creer, de confiar en que se les describe la realidad y no navegar en la confusión, y más si se dan cuenta de que aquella tal vez esta siendo dirigida, manipulada. Está claro que hay necesidad de información y que los medios la han de proporcionar, pero una información que ha de ser bien expuesta y bien analizada, sin que compita por la audiencia, ya que entonces la subjetividad aparece con frecuencia.
Y es que no se puede dejar la seriedad de la información bélica (sobre el “antes”, el “durante” y el “después” citados) en manos de ciertos “expertos”, tácticos o estrategas de oportunidad, que se denominaban antes “de café”, ni tampoco en aquellos que entraron hace tiempo, en cuanto a conocimientos se refiere, en un periodo de obsolescencia (tuertos ahora en un mundo de ciegos), una obsolescencia que no quieren reconocer hablando ex cathedra.
Son todos aquellos que, aplicándose, en muchos casos, con desconocimiento de base, más al arte de la guerra que al arte de paz (generalmente inexistente), hablan y hablan, debaten y debaten sobre el no o el sí a la guerra, sobre la implicación o no en nuestra política, sobre la ideología de los contendientes, sobre la personalidad de los dirigentes, sobre si se trata de una invasión en toda regla o no, sobre si la guerra será larga o corta, sobre quién la va ganando, sobre quién ciertamente la ganará (y, por lo tanto, sobre quién la perderá), sobre si se emplearán o no armas definitivas, sobre la lentitud o rapidez de los avances y sus limitaciones, sobre las exigencias cambiantes de los contendientes para alcanzar la paz, sobre la posibilidad de acuerdos, sobre el tipo de apoyos o no a prestar y cómo, sobre la influencia simple o múltiple de la imposición de sanciones, sobre la posibilidad o no de conflicto europeo y mundial, sobre quién estará, en ese caso, al lado de cada cual, sobre las consecuencias de la guerra en la ciudadanía de ambos contendientes, etc.
Debates necesarios, y posiblemente algunos más, que deben estar en las mesas de los analistas de conflictos, en las de los servicios de inteligencia, en las de nuestros órganos rectores, para tratar de ver con claridad lo que está ocurriendo y tener elementos de juicio suficientes para decidir, cuando haya que decidir… Y, para ello tendrán que escuchar a los expertos de verdad.
«La primera víctima de la guerra es la verdad»
Se suele decir que para resolver un conflicto hay que escuchar atentamente, con objetividad, sin ruidos que confundan, a las partes, a todas, inmersas en el mismo. Pero aquí y ahora nosotros, los de a pie, que no tenemos capacidad para tal resolución (tal vez en parte a través de una cierta presión social), solo asistimos, todos los días, a un cúmulo de informaciones, en algunos casos machaconamente repetitivas, y al análisis de “expertos” rusólogos y ucraniólogos nacidos en el momento de la guerra, sin conocimientos profundos anteriores, que pretendiendo tener razón en lo que dicen (lo hacen con cualquier tema) son capaces de rebatir a los expertos de verdad, aquellos sin comillas (que sí existen). Son estos “expertos” los que hablan de lo que se sabe y de lo que no se sabe de dicha guerra e, incluso, como una especie de Nostradamus, de su futuro inmediato y lejano.
“Expertos” rusólogos y ucraniólogos que nos plantean la guerra bajo el prisma dicotómico de o bueno o malo, de negro o blanco, optando por una sola posición según sus lógicos intereses, sin importarles la verdad manifiesta.
“Expertos” que olvidan que toda guerra es difícil de analizar si no se tiene toda la información/inteligencia global (que en ocasiones tampoco es correcta y completa) sobre la misma; una información/inteligencia que, atendida desde mucho tiempo atrás, antes del conflicto, y actualizada/contrastada constantemente. es difícil de obtener, por cuanto la misma se encuentra en su mayor parte oculta en la mente de los directores de cada una de las partes en conflicto (forma parte del secreto y de la sorpresa unida a tal de cada contendiente).
Y qué decir cuando tales “expertos” llevan sus consideraciones al debate político utilizando sus propias conclusiones, elevadas a convicciones, a nivel de “arma arrojadiza”.
En todo esto, una cosa es apuntar una posición en el conflicto y otra muy diferente es opinar sin base, y peor aún tratar de adoctrinar.
Lo que se está viendo es una gran cantidad de análisis, sobre todo lo bélico, sobre la evolución de la guerra Rusia-Ucrania y sobre su futuro, en base a suposiciones (propias o ajenas), y a opiniones fundamentadas en tales suposiciones; unas suposiciones que se dan por ciertas. En este terreno sería importante y necesario, preguntar a tal tipo de “expertos” cuáles son sus fuentes de información, aquellas que mantienen sus aseveraciones y sus hipótesis.
Así nos encontramos con rusólogos que, sabiéndolo todo de Rusia, desde nuestra posición de cercanía geográfica e ideológica (ya antigua ante un enemigo comunista que invadiría Europa y que llegaríamos a parar en los Pirineos), marcan el fundamento de una actual rusofobia, una fobia negativa en su contra como atacante; y, a la vez, con unos ucraniólogos que lo saben todo sobre Ucrania, que por su oposición (con razón) a la penetración militar rusa en su territorio, apuntan a una ucraniofilia, un sentimiento a su favor como atacados, como víctimas de la agresión rusa (lo que ha motivado excelentes reacciones de solidaridad).
Y aquí no hay limites, con un grave desconocimiento sobre la realidad: del por qué del conflicto, de sus causas, y de las verdaderas intenciones de cada parte, se aportan visiones encontradas con dicha realidad/verdad; una verdad/realidad que se deja, a propósito, en ocasiones, en el terreno de lo inconcluso, en aquel del no “mojarse”, o bien se modifica cada vez que se considera oportuno. Algunas voces críticas ya se han dejado oír al respecto,
Estamos pues en un terreno de análisis que algunos podrán calificar de crítico, mientras que otros lo calificarán simplemente de cretino.
Cuando todo termine (esperando que sea más pronto que tarde), en el momento del silencio de la armas y del ruido mediático, será el momento de recopilar los datos fehacientes y de analizar lo pasado para desarrollar, por los verdaderamente expertos, un trabajo que formará parte de la historia política, militar, económica, etc. del conflicto; trabajo que para su correcta aplicación a la enseñanza posterior debería incluir también no solo la explicación más objetiva posible de lo ocurrido en el “antes”, “durante” y “después” del mismo, sino una parte relativa al fenómeno de la aparición en lo medios de aquellos “expertos”, explicando quiénes no y quiénes sí tuvieron razón, señalando sobre todo a los que se apartaron la verdad objetiva, de sus fundamentos, y se pusieron con sus aclaraciones, matizaciones, opiniones, etc. en aras de la libertad de expresión (y de opinión), tal vez por afán de protagonismo (sin contar con otros posibles intereses), al lado de una “verdad” oportunista.
Magnífico artículo sobre la realidad que nos rodea.
No puedo estar más de acuerdo con lo expuesto.
Muchas gracias